GASTAR LO AJENO
Se dice que es más fácil
desperdiciar el dinero ajeno que el propio y en muchas ocasiones la frase es
cierta. Existen dos maneras en que el despilfarro de lo que no nos pertenece se
vuelva algo indeseable: a través de mecanismos punitivos o al concebirse dicha
acción como una falta de ética que no estaríamos dispuestos a cometer.
Evidentemente lo más fácil es regular la conducta de los individuos al
establecer consecuencias a los actos que involucran el uso indiscriminado de
fondos (sean públicos o privados), el nivel más alto y por ende más complicado
es lograr que la conducta se guíe por la ética y se entienda que lo mejor para
la comunidad es la racionalidad de los recursos.
Hablando especifamente de los
recursos públicos estamos en un nivel desastrozo en cuanto a finanzas estatales
se refiere. Desde Moreira en el estado de Cohauila hasta Sabines en Chiapas han
dejado en quiebra a sus respectivos estados sin que haya consecuencias para los
responsables. Jalisco – el estado donde radico – no se queda atrás y para
muestra están los juegos panamericanos (apodados de manera irónica y atinada
como “juegos patoamericanos” por el brillante caricaturista Falcón) cuyas villas
panamericanas son el ejemplo de la ineptitud, el desperdicio y la impunidad.
El IMCO comparte su reporte de
competitividad estatal 2012 donde ampliamente trata el tema de las finanzas, el
endeudamiento y la falta de transparencia de los estados1. Es clave que la legislación cambie para
que existan consecuencias para los servidores públicos, y se lleven a cabo
acciones legales contra los responsables de mega endeudamientos que terminamos
pagando siempre los contribuyentes.
Al mismo tiempo cabe otra
reflexión al respecto: ¿a los ciudadanos nos importa en qué se gasta nuestro
dinero? ¿Exigimos
que los recursos sean asignados eficientemente y en donde realmente se
necesita? En este sentido es cierto que a los gobernantes les pagamos para que
cumplan cabalmente sus funciones pero también habría que pesnar si estamos al
tanto del uso de los recursos públicos. La postura más extrema es decirle al
gobernante “usted hágase cargo y no me moleste”. Dicha postura impide que
tengamos herramientas para ejercer un reclamo mucho más completo que el solo
calificativo de ladrones.
Agreguése que la mayoría de los
ciudadanos piensa que un servidor público puede ser lo que sea menos alguien con vocación de servicio. Si uno
le pregunta a un ciudadano al azar que haría una vez que lo nombraran en un
cargo público seguro no pensaría mucho en aceptar que buscaría maneras para
gastarse los impuestos en camionetas de lujo, casas en colonias adineradas y fiestas
de proporciones descomunales.
Que nuestros representantes
utilicen los recursos de la mejor manera posible para la sociedad a la que
sirven se dará mientras haya castigos en la ley a quienes abusen y al mismo
tiempo la ciudadanía exija ese uso eficiente de los recursos. Y la solución a
fondo implica que retomemos la palabra servicio y pensemos que los servidores
públicos están para el servicio de la comunidad y no de sí mismos.
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