¿Y QUÉ HARÍA YO SI FUERA
PRESIDENTE?
Me preguntaba que haría si fuera
presidente y lo primero que pienso es que irremediablemente caería en la
tentación que pasa sexenio tras sexenio: pareciera que una vez que uno se
sienta en la silla presidencial sufre una transformación con la cual se propone
hacer que lo imposible se vuelva posible, que los atrasos de sexenios
anteriores se borren de pronto y a México llegue el progreso y la prosperidad
por el solo hecho de que se es el nuevo presidente. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que esta vez sí
salimos de la pobreza? ¿Cuántas
veces no se ha prometido que se defenderá los intereses del “pueblo”? ¿Cuántos presidentes no han pasado
sin que nada verdaderamente sustancial suceda (al menos para bien)? Por eso si yo
llegara a la presidencia estaría bien consciente de este fenómeno para que, si
de todas maneras se van a hacer las cosas mal, al menos hacerlas con estilo.
Por que uno puede decir que el estilo Foxista de hablar es mucho más hilarante
que el estilo DíazOrdista por ejemplo, o que el estilo Salinista es mejor para
lo maquiavélico que el delaMadridista. De entrada hay un marco referencial
amplísimo que los presidentes sexenales nos han dejado a través de la historia,
solo hay que darle personalidad a lo que se haga para diferenciarse.
Me gustaría superar a mis
predecesores aunque sea una tarea difícil provocar una represión más dura que
la de Díaz Ordaz en el 68, tener una inflación mayor que la de Echeverría,
defender al peso mejor que un perro como López Portillo, manejar con más
ineptitud que de La Madrid las consecuencias de un desastre natural como el
temblor del 85, dejar más jodida a la economía que Salinas, tener hijos más
juniors que los de Zedillo, decir más estupideces que Fox, dejar más muertos en
mi sexenio que Calderón y está por verse que hay que superarle a Peña Nieto (aunque ya
de visos de materias en las cuáles se le puede hacer competencia). Y sin
embargo, a pesar de las dificultades técnicas, intelectuales o de capacidades
desde el momento mismo en que me pusiera la banda presidencial – ese objeto
mágico transformador de hombres – lograría remontar todos los obstáculos
imaginables y haría lo propio para quedar plasmado en los libros de historia.
En mi gabinete solo habría
compadrazgos, no sirve de nada andarse fijando en las capacidades de la gente,
lo importante es terminar la fiesta feliz y acompañado de tus mejores amigos. Porque la
presidencia es un fiestonón pagado por otros y lo mejor es que te siguen
manteniendo la fiesta a pesar de que hayas echo errores mayúsculos (misma situación
applicable para gobernadores y alcaldes). Y además del dinero que te toca por
haber ayudado a tu país en la presidencia si tienes suerte puedes terminar tus
días en prestigiosas universidades (Harvard) o en institutos de economía y
política de envergadura internacional (OCDE, FMI, ONU, etc).
Sabiendo de antemano que los
resultados de mi mandato serían prácticamente nulos (es decir empezar mal para
terminar igual de mal o peor) me dedicaría a una vida relajada tomando clases
de yoga, asistiendo a eventos sociales y sonriendo para las revistas mientras
los mexicanos reclaman atención a lo que consideraran realmente primordial. Que
si las reformas son urgentes, que si la violencia creció, que si le importa más
al presidente pasear al perro que la deuda externa, “who cares!” como dicen los
gringos, aquí no pasa nada. Total, ¿por
qué habría de pasar algo?
“Dios no le da a alas a los
alacranes” dicen, por eso no veo oportunidades de llegar a ser presidente.
México requiere una persona de principios y altos vuelos que sí tenga la
capacidad de hacer de nuestra nación un país de primer mundo; bueno, a lo mejor
pasa en otros seis años,
hay que ser pacientes, al cabo ya tenemos mucha práctica en el arte de esperar.